Descripción
Llegó en un avión de pasajeros, en una maceta que Saramago mantuvo entre sus piernas. Era pequeño, verde, frondoso: prometía mucho, pero no se sabía si se podría alimentar de tierra volcánica. Lo consiguió. El olivo es símbolo de paz y de sabiduría, ramas verdes que son letras sobre el negro de la tierra volcánica El olivo del Alentejo portugués se levanta orgulloso del suelo, se balancea con el aire, ve pasar a las personas, a Saramago entre ellas, y parece prometer que de todas guardará memoria. Tal vez sea así. El olivo no es ser humano, claro, pero es un ser vivo recorrido de savia y poblado de hojas. Nunca sabremos qué transporta esa sangre, qué diálogos establecen entre sí las ramas, qué relación existe entre ellas, el tronco, el suelo y el cielo al que apuntan. Recogiendo el testigo de amor por estos árboles que Saramago dejó, se ha considerado que un olivo, tal vez éste, sea la imagen del complejo que es la casa y la biblioteca del escritor: el olivo es símbolo de paz y de sabiduría, ramas verdes que son letras sobre el negro de la tierra volcánica. Es Lanzarote, es Azinhaga, es Portugal, es Saramago.