Aquel 10 de diciembre de 1998 la Declaración Universal de los Derechos Humanos cumplía medio siglo de existencia y José Saramago estaba en Estocolmo para recibir la medalla del Premio Nobel de Literatura. En el brindis, el escritor recordó el aniversario de la carta de los derechos humanos e hizo un llamamiento a las ciudadanas y ciudadanos del mundo: “Con la misma vehemencia con que reivindicamos los derechos, reivindiquemos también el deber de nuestros deberes. Tal vez así el mundo pueda ser un poco mejor”. Seguir leyendo