Hoy, 18 de junio, se han cumplido cuatro años del día en el que el maestro, nuestro querido José Saramago, emprendió el último viaje.
Cuatro años ya y en A Casa no nos hemos acostumbrado a su ausencia, no queremos acostumbrarnos, nos sentamos en su mesa y le hacemos un guiño, ponemos una copa de vino en su sitio, su taza de café, y no falta nunca, nunca, una rosa o rama de olivo.
Ramas de olivo como el de la Biblioteca, que en estos días verdean cargadas de aceitunas, y mirando las aceitunas de su olivo, le vemos de nuevo, paseando por el jardín. Le vemos en los libros, en sus palabras, en sus imágenes, escuchamos cada día su voz en el documental José e Pilar que repetimos como una letanía, que nos hace sentirle cerca, casi tan presente como si nunca se hubiera ido.
Hoy, José, algunos de tus seguidores, personas que te admiran, estiman y respetan, han venido a la escultura de tu olivo, en la rotonda de Tías, a ponerte flores, después han visitado tu casa, han acariciado el lomo de tus libros, y han leído algunos fragmentos. Se han parado en tu cocina, han tomado un café portugués -el que a ti te gustaba- y han paseado por tu jardín.
Hoy, como siempre, como todos los días, no hacía falta hacer nada excepcional, estabas aquí, con la gente anónima que cada día te visita, en tu isla, tu casa, tus libros y tus objetos ¡Esos relojes que marcan siempre las cuatro de la tarde y que tanto emocionan! Pero sobre todo estabas, estás, en la memoria y los corazones de tus lectores, de tantas personas que calladamente te añoran y echan de menos, te echamos de menos.