Premio de Narracion Corta José Saramago – Segundo Premio Magdalena Corujo Guerra

Esta narración creada por Magdalena Corujo Guerra, de la Escuela de Arte «Pancho Lasso» (Arrecife), obtuvo el segundo premio en el I Certamen de Narración Corta José Saramago. 

Magdalena Corujo (Escuela de Arte Pancho Lasso) Segundo premio

«El viaje de las estrellas»

Ico movía con parsimonia sus piernas desnudas sobre la tierra volcánica. Enterraba sus pies descalzos entre la arenilla y el eco de lo que un día fue lava se colaba por sus dedos. Apoyada sobre sus manos, oteaba el cielo estrellado, con la curiosidad de un gato que no tiene miedo a morir. Había tantas, tantas estrellas que daban ganas de alargar la mano y agarrar un puñado para guardarlas en el bolsillo de la chaqueta. León, sentado cerca de ella, también estaba ensimismado mirando el manto negro que les cubría las cabezas. Concretamente, miraba la constelación de Orión. Quizás, porque le recordaba a los tres lunares que Ico tenía alineados en su hombro derecho.

 – León … – la voz de ella parecía trazar un electrocardiograma en el aire. Era el frío de la noche que le hacía temblar el cuerpo y la voz. – ¿Quién pone las estrellas ahí arriba?- musitó en un hilo de voz bajo para no molestar a los volcanes que dormían. Luego, le miró con la intriga en los ojos mientras se acariciaba el interior de sus muslos, rasguñados por el roce con la tierra. Y es que, lo mejor de salir descalzos en plena noche y sentarse en la ladera de un volcán para ver el cosmos, era escuchar las historias que tenía León sobre él.

Él se tomó el tiempo que se toman los magos antes de un gran truco y buscó los ojos de Ico, que ya estaban de nuevo inmersos en los astros. Aspiró una bocanada de aire nocturno, como si en él estuvieran las palabras adecuadas para empezar y comenzó.

– ¿Sabes que hay cosas que deben brillar siempre, Ico? Como por ejemplo, las ganas de salir cuando llueve y calarse de lluvia. Las palabras que susurran historias. Las tartas de chocolate de Abu. O esas sonrisas Ico, esas sonrisas que parecen que encienden la luz cuando solo vemos oscuridad.

– ¿Cómo las sonrisas de elefante? – interrumpió ella, sonriendo de esa manera tan suya, de esa manera que le hacía pensar a León que las mejores constelaciones se encontraban en los lunares de su espalda. Él asintió despacio desviando su mirada hacia el tintineo de las estrellas, mientras ella se abrazaba el cuerpo y acunaba las palabras del cuento que León le estaba regalando.

– Como las sonrisas de elefante… -la voz de él suspiró. – Verás Ico, ese tipo de cosas que se merecen brillar siempre, al morir dejan una pequeña parte de ellos que son guiados por los vientos hacia el mar … – la mirada de ambos correteó hacia el océano que se veía desde el lugar y parecía que el telón oscuro del cielo cubría el mar como si le abrigara de la noche. – Una vez allí se funden con el olor a océano, a salitre, a historias de piratas, a libertad. Por eso el mar parece brillar. Por eso tiene algo que siempre embelesa a las personas. Entonces ese destello viaja por todo el mar hasta que aparecen las ballenas. – Ico observó la cara de León. A ella le gustaba su mueca de contar cuentos. Ese rostro serio que adoptaba aunque en el fondo las palabras le estuvieran haciendo cosquillas en el alma. – Las ballenas se tragan ese brillo Ico, y cuando de noche expulsan el vapor de agua por sus espiráculos, la magia también es arrojada hacia el cielo. Entonces, toman la suficiente altura para que el Pescador de estrellas que está sentado sobre su planeta, las atrape. Él las acuna entre sus manos y les pregunta por quién quieren brillar. Porque se iluminan por nosotros Ico, para que siempre recordemos que están ahí. Así, el Pescador las sopla y encuentran su sitio en el cielo. Y brillan. Brillan por ese alguien que las echa de menos. Aunque duela Ico, porque las despedidas duelen. Por eso a veces las personas lloran y el cielo llueve. De manera que aquellas cosas que merecen brillar siempre, se acaban buscando un hueco allí arriba, para demostrar que siguen ahí.

– León… – musitó Ico con una voz tan rota, que tuvo que hablar en susurros para no cortarse. – ¿Y cómo sabe una persona que una estrella brilla para él?

– Ico, ¿acaso la magia se puede explicar? La magia cuando llega se siente, se nota en las palmas de las manos, en la piel, en el cosquilleo del alma. Se palpa, y las cosas que se sienten pocas veces tienen una explicación. Lo mismo pasa con las estrellas Ico, cuando tú miras el cielo, notas que hay una brillando para ti.

La chica alternaba la vista entre León y el manto negro, esperando que el fulgor de alguna estrella susurrara su nombre.

– No hay ninguna para mí, León. – Entonces, él la miró con la tristeza encharcada en sus pupilas y se tragó un suspiro. Ella no conocía la suerte de tener todavía sus brillos especiales cerca, mientras que él, cada vez que alzaba la mirada, no tenía una estrella, sino muchas que se habían instalado en el cielo con el paso de los años.

– Una vez conocí a un Mago, Ico. Pero uno de los de verdad ¿eh? De esos que hacen verdaderos malabares con las palabras y te acarician el alma entera – rugió León con el mimo en la voz para acurrucar a su amiga con ellas – Ese Mago me contó el viaje de un Elefante que tenía la sonrisa más bonita de todos los elefantes que puedan haber, y que recorrió el mundo entero buscando su estrella. ¿Y sabes una cosa, Ico? Siempre acabamos llegando a donde nos esperan.

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