Un camello, un volcán, una cita… Varios detalles hablan de la actualidad de su mensaje en tiempos de crisis y de su relación con la naturaleza insular.
Hay palabras que arrastra el viento, que son conducidas por éste hasta las orillas del olvido. Otras, en cambio, viven en él y como el viento soplan para siempre.
El aire nunca descansa en Lanzarote. Así lo comprendió José Saramago, que fijó allí su residencia en 1993. El escritor portugués se entendió bien con el viento de la isla. Jamás cesaba. Igual que su palabra.
Acariciar las piedras
Lanzarote es la lava, el espíritu petrificado de la entraña terrestre. Pero también el susurro incansable que dispersa voces y misterios por sus volcanes. Saramago acariciaba las piedras de este territorio mágico y extraño para palpar el origen de todo, apaciguar la inquietud del mundo y acariciar la profundidad. Su figura quijotesca se perdía a veces en el Volcán del Cuervo, la boca de fuego donde -alto y claro- le hablaba el viento.
Su hogar en Tías es visitado a diario por el viento. Le busca y le habla, nos trae la memoria de las conversaciones que ambos tuvieron. Antes que los cimientos de A Casa, convertida en museo, hubo un camello para arar la tierra y sacarle fruto. En ese mismo lugar, en el despacho, Saramago escribiría varias de sus novelas varias décadas después, sobre una ruda mesa de madera de pino con las patas roídas por los perros.
Pobres para construir ricos
La vivienda mira al mar, a Fuerteventura, su mirada se dirige hacia el islote de Lobos, hacia la pintura de un paisaje absorbente que la luz modifica a cada instante. Cuando el aire levanta la portada de Alzado del suelo (1980) deja al descubierto la cita de Almeida Garret que Saramago usó para prologarlo: “Y yo pregunto a los economistas políticos, a los moralistas, si han calculado el número de individuos que es necesario condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infancia, a la ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico”. El viento tampoco ha difuminado la vigencia de estas palabras.
Artículo de Gregorio Cabrera